EL ESPIRITU SANTO CONSTRUCTOR
DE LA IGLESIA Y DE LA SOCIEDAD
HOMILIA DE LA XLI CITA EUCARISTA
MONS. JOSE DOMINGO ULLOA MENDIETA
ARZOBISPO DE PANAMA
Domingo 12 de junio de 2011
Su Excelencia Reverendísima Monseñor Andrés Carrascosa Coso, Nuncio Apostólico.
Su Excelencia Monseñor Pablo Varela, Obispo Auxiliar
Reverendo Padre Carlos Mejía, Vicario General
Reverendo Padre Miguel Ángel Keller, Vicario de Pastoral
Hermanos presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas, seminaristas.
Excelentísimo Señor Vicepresidente y Canciller, Juan Carlos Varela y Señora, a quien le expreso nuestra solidaridad ante la pérdida de su querido padre.
Autoridades presentes y queridos comunicadores de los distintos medios de comunicación.
Queridos hermanas y hermanos:
Hoy celebramos nuestra cuadragésima primera Cita Eucarística, que vuelve a ofrecernos la oportunidad de congregarnos como Iglesia, en este día de Pentecostés, cuando celebramos el nacimiento de la Iglesia. Y donde Jesús, hecho Eucaristía, no es simplemente un alimento físico, sino que es algo más: Es la fuerza que nos hace vivir, y como diría San Pablo, como un solo cuerpo.
Este hermoso encuentro eclesial, es una ocasión especial para entender que nunca estamos solos en el camino de la vida. Pues ¿quién puede sentirse solo, cuando Cristo- el “viviente”- sale nuestro paso y nos acompaña? ¿Por qué temer la oscuridad del camino, si él lo ilumina y acompaña? ¿Por qué inquietarse por el hambre o la sed, si Él es pan de vida y ofrece el agua del Espíritu.
Hoy se corona la Pascua, hoy el Cristo glorificado se perpetúa en un pueblo que lo quiera seguir.
Lo hemos oído en la Primera Lectura, en la que San Lucas nos cuenta cómo fue ese nacimiento: Los discípulos estaban juntos, encerrados en el mismo lugar, con miedo. Ellos que habían visto vivo al Señor, que habían experimentado junto a Él el gozo de su resurrección, tenían miedo de acabar asesinados como su maestro. Estaban paralizados, acobardados, no sabían qué hacer, qué predicar, a dónde ir.
Tampoco comprendían muy bien lo que Jesús les había dicho. Sólo recordaban su promesa de enviarles su Espíritu. Por eso, se habían reunido a rezar junto a la madre de Jesús, para pedir el Espíritu que Él les había prometido.
Y de pronto, sin saber muy bien cómo, se sintieron llenos del Espíritu Santo. Empiezan a comprender, dejan el miedo y con valentía salen a la calle a anunciar a Jesucristo. Muchas personas les escuchan, les entienden y comienzan a juntarse en comunidades entorno a la Palabra de Dios y comparten sus bienes. Así de sencillo y así de extraordinario es el comienzo de la Iglesia, nuestra Iglesia, de la que todos formamos parte.
Algo parecido nos ocurre también a nosotros. Somos cristianos, SÍ. Estamos bautizados, confirmados, celebramos la Eucaristía... pero algunas veces tenemos miedo. Miedo a manifestar que somos cristianos.
Por eso cuán importante es recordar siempre. Quién es el Espíritu Santo: “El Espíritu Santo es la Novedad, es la presencia de Dios-con-nosotros. Porque sin el Espíritu Santo, Dios queda lejos, Cristo permanece en el pasado, el Evangelio es letra muerta, la Iglesia es pura organización, la autoridad tiranía, la misión propaganda, el culto mero recuerdo y el obrar cristiano una moral de esclavos.
En cambio, en el Espíritu Santo, el mundo es liberado, el hombre se perfecciona, Cristo Resucitado está aquí, el Evangelio es fuerza de vida, la Iglesia significa comunión trinitaria, la autoridad es un servicio liberador, la misión es Pentecostés, la liturgia es memorial y anticipación y la acción humana es divinizada”. (Ignacio Hazim, Patriarca ortodoxo de Antioquía, Intervención en el Consejo Ecuménico de las Iglesias, Upsala 1968).
Pero no hay que temer. No podemos callar esta gran verdad: Fue el Espíritu el que estuvo junto a María en el momento de la encarnación de Dios. Es el Espíritu el que está presente también unido a María en el momento del nacimiento de la Iglesia. Y es el Espíritu el que nos anima hoy a seguir con la misma misión de Jesús: anunciar el amor de Dios y trabajar por su Reino.
UN NUEVO PENTECOSTÉS EN LA IGLESIA
Hermanos y hermanas: Siempre será Pentecostés en la Iglesia. Una prueba tangible de la presencia del Espíritu para la Iglesia Latinoamericana, ha sido la reunión de los obispos en Aparecida, Brasil, definida justamente como un verdadero y nuevo Pentecostés, una nueva efusión del Espíritu que renueva profundamente a la Iglesia, si hacemos nuestros sus postulados.
La Iglesia reunida en Aparecida, movida por los grandes desafíos del mundo moderno, a la luz del Evangelio y guiada por el Espíritu Santo, se cuestionó sobre su identidad, su vocación y su misión y la necesidad de vivir un nuevo Pentecostés para “salir al encuentro de las personas, las familias, las comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el don del encuentro con Cristo, que ha llenado nuestras vidas de ‘sentido’, de verdad y amor, de alegría y de esperanza!” (DA 548).
ASAMBLEA PASTORAL ARQUIDIOCESANA
Nosotros en ese mismo Espíritu de comunión, reunidos en nuestra Asamblea Pastoral Arquidiocesana, que terminó ayer, hemos discernido la necesidad de seguir fortaleciendo nuestra comunión, que es la que nos permitirá lograr el proyecto de una pastoral de conjunto, que nos permitirá fortalecer los procesos de unidad para contribuir así a la expansión del Reino de Dios.
Será un desafío asumir, personalmente y en nuestras comunidades, las conclusiones finales de esta Asamblea Pastoral. Con el equipo de animación comenzaremos la aplicación de las orientaciones surgidas de este encuentro. Este es un paso más en nuestro camino de renovación en la Arquidiócesis de Panamá.
También, durante estos años, hemos tenido la gracia de vivir la preparación del año jubilar, que celebraremos en el 2013, con motivo de los 500 años de la presencia de la fe en nuestro Istmo y de la creación de la Primera Diócesis en Tierra Firme.
EL ESPIRITU NOS INTERPELA HOY
Hermanos y hermanas: El Evangelio es un libro para la vida y la vida está afuera, donde vive la mayoría de los hombres y mujeres. Por eso ser cristiano hoy, viviendo según el Espíritu, implica ser una persona sin miedo de proclamar la justicia, la verdad.
No podemos quedarnos en espera pasiva en nuestros templos. Urge movernos en todas direcciones para proclamar que el mal y la muerte no tienen la última palabra, que el amor es más fuerte, que hemos sido liberados y salvados por la victoria pascual del Señor de la historia.
CONVERSIONES QUE REQUIERE EL PAIS
En las actuales circunstancias, a raíz de diversos conflictos en nuestra sociedad, se habla mucho de aquellos problemas que nos afectan como Nación, como el debilitamiento de las instituciones, la confianza declinante en los partidos políticos…, la pobreza, la inflación, el alto costo de la canasta básica de alimentos, las sospechas de corrupción en lo público y privado, en la justicia (…) Es una lista tan larga que podríamos continuar. Más de una vez nos hemos preguntado: ¿Qué nos está pasando? ¿Qué hacemos los cristianos para cambiar esa realidad?
LA CORRUPCION
La corrupción es el mal que más afecta a nuestra sociedad. Ha habido, hay y habrá corrupción mientras existan cómplices, y nosotros somos cómplices al mirarla como algo natural, como “viveza” y nada más. Todo esto corroe al pueblo entero. ¿Por qué? Porque la población en general, al aceptarla, al ser indiferente, participa en su propia corrupción.
Pero, ¡cuidado! Que nadie se contente con señalar los vicios de los demás, si no somos capaces de señalarnos a nosotros mismos. Que cada panameño nos preguntemos por nuestra responsabilidad.
Recordemos, la peor corrupción es acostumbrarnos al mal y a la mediocridad.
Si aspiramos a una sociedad sana y en paz, debemos exigir y esperar honestidad, coherencia y testimonio, pero no solo de las autoridades, sino de cada uno de nosotros, en todas nuestras relaciones humanas y sociales, para que el bien común y la atención a los más necesitados sea una prioridad en nuestra sociedad.
Si nos dejamos renovar por el Espíritu, seremos el antídoto para este cáncer que corroe a nuestro país. Estamos convencidos que el testimonio de nuestra fe nos impulsará a ser constructores de una sociedad más fraterna y justa, transformando las situaciones de muerte en vida sin detenernos a lamentar sus manifestaciones.
Y es por ello que no debemos cansarnos de continuar apostando a la construcción de ciudadanía, que permita a todos el paso de meros habitantes a ciudadanos. Esto nos obliga al fortalecimiento de la democracia en el marco de los valores que nos dan identidad como Nación: la honestidad, el trabajo, el respeto, la solidaridad, la justicia; que si estos se viven, se traducen en Políticas de Estado, que orientan hacia un proyecto común de país. Este sigue siendo un fuerte desafío para nuestra Democracia.
EL FEMICIDIO
Una de las situaciones que no deja de preocuparnos es el femicidio. Una aberración que no podemos permitir en nuestra sociedad. Ya van en el año 19 mujeres muertas a manos de sus parejas. La violencia doméstica, por el hecho de ocurrir en la privacidad de los hogares, a menudo se encuentra envuelta en el silencio; porque muchos vacilamos en intervenir, aun cuando sabemos lo que está ocurriendo. Por la gravedad de estos hechos que llenan de luto a muchos hogares, nuestra actitud debe ser otra; debemos denunciar el maltrato y apoyar a las víctimas. ¡NO MÁS MUJERES ASESINADAS POR NUESTRA INDIFERENCIA!
TRABAJO INFANTIL
Hoy 12 de junio se ha dedicado a nivel internacional como el Día de la Erradicación del Trabajo Infantil. No puedo dejar de mencionar esta violación de la que son víctimas más de sesenta mil niños, niñas y adolescentes panameños en todo el país, afectando a nuestra infancia indígena, afrodescendiente y de las áreas urbanas marginales y rurales. Nos preocupa la explotación del trabajo infantil, porque evita que ellos se desarrollen en un ambiente adecuado y seguro en su familia, y los alejan de la escuela.
No podemos dormir tranquilos mientras haya un niño en el mercado laboral. Es hora de que padres, Estado, organismos de la sociedad civil e Iglesias nos pongamos de acuerdo para erradicar esta distorsión social en nuestro país.
EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA
El próximo domingo 19 de junio, estaremos celebrando el Día del Padre y el inicio de la Semana de la Familia. Queridos papás, tengan presentes, que como hijos necesitamos del ejercicio de tu autoridad para que nos ayuden a crecer. Autoridad que pone límites pero no cierra horizontes: los abre. Y todos sabemos que sin límites, no hay dirección en el crecimiento. Sin la guía junto al tallo joven no se crece erguido, sino torcido; y no hay de dónde aferrarse frente a los vientos, hasta que las raíces sean fuertes para sostenerse por sí mismas.
No podemos hablar de ser padre, sin hablar de la familia. En estos tiempos en los que se habla tanto del respeto a los derechos humanos, queremos recordarles que uno de los principales derechos que debemos defender es el derecho a tener una familia. Por eso reafirmamos que el matrimonio es una unión estable entre un hombre y una mujer con el compromiso de formar una familia con determinados derechos y deberes.
Porque la familia es la base de la sociedad y el lugar donde las personas aprenden a conocer los valores que les guiarán durante toda su vida. Una sociedad que destruye la familia se suicida. Quien promueve la familia, promueve al hombre; quien ataca a la familia, ataca al hombre.
Por eso necesario que la familia sea protegida por las autoridades políticas nacionales e internacionales.
Hoy más que nunca hemos de recordar las palabras con las que el Santo Padre, el ahora Beato Juan Pablo II, hace 28 años en este mismo estadio y en la misa campal en Albrook, nos reafirmó sobre la importancia de la familia: (esposos presentes, tómense de las manos)
“Queridos esposos y esposas, renueven en esta eucaristía vuestra promesa de fidelidad mutua. Asuman con servicio específico en la Iglesia, la educación integral de sus hijos; colaboren con sus obispos y sacerdotes en la evangelización de la familia.
Y recuerden siempre que el cristiano auténtico, aun a riesgo de convertirse en signo de contradicción, ha de saber elegir bien las opciones prácticas que están de acuerdo a vuestra fe”. (Homilía el Papa Juan Pablo II, el 5 de marzo de 1983).
AÑO INTERNACIONAL DE LOS AFRODESCENDIENTES
Este Año 2011, ha sido dedicado a los afrodescendientes, lo que es una oportunidad para trabajar en pos de la plena participación, libre y en igualdad de condiciones, de este sector de la población en todos los aspectos de la vida política, económica, social y cultural de nuestro país.
La Iglesia “en su misión de abogada de la justicia y de los pobres se hace solidaria de los afroamericanos en las reivindicaciones por la defensa en la afirmación de sus derechos, ciudadanía, y proyectos propios de desarrollo”. DA. No 533.
LA CIUDADANIA DE DIOS
Nuestros pecados sociales y personales, que se reflejan en la corrupción, la injusticia, la pobreza y tantas otras acciones humanas, son producto del rechazo al mensaje de Jesucristo y la negación a la ciudadanía de Dios en nuestras vidas.
Les reitero tal como lo asegura San Pablo que: “ustedes no han recibido un espíritu de esclavos, para volver a caer en el temor, sino el Espíritu de hijos adoptivos que nos hace llamar a Dios: ¡Abbá, es decir, Padre mío!”. Y porque sabemos que somos hijos del Dios de la Vida, nos quita todos los miedos, cobardías, fanatismos y recelos. Antes podíamos dejarnos llevar por la tentación de quedarnos en la sacristía, renunciar a dar testimonio de la fe, la cobardía y hasta el resentimiento.
Hoy estamos seguros de que el Espíritu está en nosotros, que nos alienta a superar la incapacidad para el diálogo, el odio y la intolerancia…Él nos asegura que tenemos la “verdad”, la “libertad”, la “audacia” para construir un mundo más humano, sin odios, ni racismos, en diálogo fraterno, sin muertes de ningún tipo, con sueldos dignos; y nos asegura que todos, absolutamente todos, somos iguales, porque somos hijos de Dios.
Con plena convicción les decimos que la Iglesia sin miedo seguirá firme en su compromiso de alcanzar algo mejor para nuestra sociedad, porque confía en Jesús, que envía su Espíritu para transformar todas las cosas, para que sigamos siendo una Iglesia comprometida con la verdad, con la justicia, con la libertad, con el amor. Así contribuiremos a hacer un mejor país, inspirando a todos a que la liberación del pecado, nos lleve a la liberación del mal en todas sus dimensiones.
SEMANA DE ORACION POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
Este domingo también iniciamos la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. A veces, olvidamos que la unidad es, ante todo, un don del Espíritu Santo, y oramos poco por esta intención.
“Esta conversión del corazón y esta santidad de vida, juntamente con las oraciones privadas y públicas por la unidad de los cristianos, han de considerarse como el alma de todo el movimiento Ecuménico y con razón puede llamarse ecumenismo espiritual” DA # 125. Por eso les invito a que en sus parroquias, movimientos y en la privacidad de sus hogares, eleven plegarias para que todos los que nos llamamos cristianos, demos testimonio de un Cristo Vivo, que ha venido a darnos vida y vida en abundancia.
SANTIFICACIÓN DEL CLERO
La Iglesia universal se dispone a celebrar, el 29 de junio, la solemnidad de san Pedro y san Pablo, coincidiendo con los 60 años de la ordenación sacerdotal del Santo Padre Benedicto XVI.
Como testimonio de nuestra gratitud y comunión por el servicio que está ofreciendo a Dios y a su Iglesia, y en el marco de la Jornada por la santificación del Clero, se nos invita a ofrecer 60 Horas de Adoración Eucarística.
En nuestra Arquidiócesis se ofrecerán estas 60 Horas de Adoración Eucarística, los días 29 y 30 de junio y 1 de julio, en la Parroquia Santa Eduvigis en Betania, iniciando con la Eucaristía el día 29 de junio, a las 7:00 a.m.
A todas las Parroquias, les exhortamos a realizar el jueves 30 de junio, la Adoración Eucarística con la intención especial de pedir por la santificación del clero y las vocaciones sacerdotales. Y que participen también el 1 de julio, de la Jornada por la Santificación del Clero, que tendrá lugar en la Parroquia Nuestra Señora de Lourdes, en Carrasquilla, a las 10 de la mañana.
JORNADA VOCACIONAL
De manera especial quiero invitar a los jóvenes que en este momento se están preguntando qué quiere Dios en sus vidas, para que asistan a la Jornada vocacional que se efectuará del 1 al 3 de julio, en el Seminario Mayor San José. Tal vez allí encuentren una respuesta, y una respuesta para toda la vida.
DIA DEL LOCUTOR
No podemos concluir esta celebración sin felicitar a los locutores en su día. Panamá ha sido una tierra de grandes y espectaculares locutores, muchos de ellos han dejado en cada silaba lo mejor de si hasta sus últimos días, muchos aún ejercen con total profesionalismo la locución, otros ya se han retirado dejando con sus maravillosas voces en la memoria de los oyentes, grandes momentos de nuestra historia retumbando en nuestros recuerdos.
Que María, la que estuvo presente en Pentecostés, en el nacimiento de la Iglesia, la que nos ha acompañado en estos 500 años en la Iglesia Panameña, bajo la advocación de La Antigua, nos ayuden a ser fieles en la misión encomendada por su hijo Jesús… en este momento de renovación del caminar de nuestra Iglesia, a partir de esta Asamblea de Pastoral, que acabamos de concluir
lunes, 13 de junio de 2011
martes, 3 de mayo de 2011
Homilia del Nuncio Apòstolico En la Celebración de Acción de Gracias por Beatificación del PAPA JUAN PABLO II
HOMILÍA DEL NUNCIO APOSTÓLICO
EN LA CELEBRACION DE ACCIÓN DE GRACIAS POR LA
BEATIFICACIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II
Hace seis años, tras las primeras vísperas del Segundo Domingo de Pascua, del Domingo de la Divina Misericordia, fiesta que él había instituido para la Iglesia Universal, el Dios Todopoderoso, el Señor de la Vida, llamó a Su Santidad el Papa Juan Pablo II a la vida verdadera, a la vida eterna.
Todos recordamos dónde estábamos cuando nos llegó la noticia, porque nos impactó fuertemente. Y nos reunimos entonces, en la fe y en la oración, como lo hacemos hoy, para recordar con amor y agradecimiento a esta figura excepcional, que marcó no solamente una generación entera sino también los destinos del mundo. Juan Pablo II ha sido considerado la persona que marcó más profundamente el siglo XX.
El 16 de octubre de 1978, tan lejano ya en la memoria, el Cardenal Arzobispo de Cracovia, Karol Wojtila, fue elegido como Sucesor del Apóstol San Pedro en la sede de Roma. Tras la sorpresa inicial –yo recuerdo que los periodistas no conseguían pronunciar bien su apellido- el mundo aprendió rápidamente a amar a aquel hombre por el cual se sentía comprendido y amado. El domingo siguiente, 22 de octubre, durante la ceremonia de inauguración solemne de su Pontificado, el nuevo Papa gritó: “¡No tengan miedo! ¡Abran las puertas a Jesucristo!”. Yo, joven seminarista, estaba en la Plaza de San Pedro participando en la celebración. Y esas palabras quedaron grabadas en el corazón. ¡No tengan miedo!”
La historia hablará de él como de uno de los Pontífices más importantes de todos los tiempos a causa de su incidencia en la vida de la Iglesia y en los acontecimientos del mundo en el que vivió. Hay quien le ha llamado Juan Pablo II “el Grande”, como se ha hecho para otros Papas en la historia (San León Magno o San Gregorio Magno).
Dios me concedió la gracia enorme de vivir y trabajar cerca de él en el Vaticano durante 7 años. Lo que más me impresionó de él fue que, junto con una humanidad muy rica y una normalidad desarmante, se le veía vivir con Dios, vivir en Dios, “enraizado en Dios”. Cuando uno entraba en su capilla o le acompañaba en un momento de oración en medio de cientos de miles de personas, le veía “sumergido en Dios”. Y era de esa experiencia espiritual, de su oración, de su relación viva con Cristo vivo, de donde nacían sus energías para llevar al mundo el evangelio y para estar tan próximo a la humanidad en medio de sus luchas y sufrimientos.
Juan Pablo II recorrió el mundo entero para predicar el Evangelio de Jesucristo, en la gran tradición de la Iglesia. Panamá nunca olvidará que el 5 de marzo de 1983 Juan Pablo II besó esta tierra istmeña, oró y enseñó como Pastor. Pero a su doctrina tan rica de contenidos, que hallaba su inspiración en el Concilio Vaticano II, él unió siempre la predicación de su propia vida, que hablaba más fuerte que sus palabras. Incluso antes de su elección como Sucesor de San Pedro, él fue un ejemplo de dignidad que supera los horrores del nazismo y de la persecución comunista sobre la Iglesia en Polonia. Más tarde, vivió en sus carnes el dolor de un atentado contra su vida, la alegría del perdón hacia quien intentó asesinarle, la fatiga de su peregrinación incesante por el mundo y la decadencia impuesta por la enfermedad que le llevó a la muerte, a la cual el mundo entero asistió “en directo”, porque no quiso ocultarla.
Apóstol del diálogo y del respeto entre civilizaciones y entre religiones, ha sido el primer Papa que entró en una mezquita -como hizo en Damasco- o que habló a una gran multitud de jóvenes musulmanes, como en Casablanca por invitación del rey de Marruecos Hassan II. Ha sido el primer Papa que entró en una sinagoga para orar con los hermanos judíos. En muchas ocasiones compartió su oración con los cristianos de diferentes confesiones, evangélicos, anglicanos u ortodoxos.
Juan Pablo II ha sido probablemente la personalidad mundial que ha encontrado el mayor número de Jefes de Estado y de Gobierno durante sus 26 años y medio de Pontificado, dándoles siempre el fruto de su sabiduría. Pero al mismo tiempo Juan Pablo II era el hombre que hacía parar el carro en las carreteras de Africa para encontrar a una familia en su propia cabaña.
Predicó la paz, y no sólo con palabras. Recuerdo que, mientras se preparaba la guerra entre Argentina y Gran Bretaña a causa de las islas Malvinas y cuando en los dos países se hablaba sólo de “victoria”, él viajó por sorpresa a Londres y a Buenos Aires para hablar de “paz”, lo cual impactó a la población. Y al comienzo del año 2003, envió al Cardenal Etchegaray a Bagdad y al Cardenal Laghi a Washington para tratar de evitar la guerra en Iraq. Por desgracia, la voz de Juan Pablo II que llamaba a la paz no siempre fue escuchada pero cada día un mayor número de personas comprenden la sabiduría que había en sus posiciones así como la inutilidad de los inmensos sufrimientos que la población vivió más tarde.
La profundidad de su vida de hombre y de creyente le llevó a realizar gestos verdaderos y significativos para el mundo, como cuando besaba el suelo de cada país que visitaba. Durante su visita a Tierra Santa habló con equilibrio, lleno de amor pero en la verdad, tanto a israelíes como a palestinos, los cuales, todos, apreciaron sus intervenciones.
El Beato Papa Juan Pablo II vivió momentos de entusiasmo y de alegría, como los de la entrada de Cristo en Jerusalén el domingo de Ramos (calles, plazas y estadios llenos de gente que aclamaba su nombre – y puedo imaginar la reacción de los panameños aquel 5 de marzo de 1983-), pero también conoció en su carne los sufrimientos de la Via Dolorosa, del Via Crucis. Dios permitió que viviera una gran purificación.
Es impresionante constatar que el Señor no quiso evitarle la cruz de la prueba, en particular en los aspectos que el mundo entero había reconocido como sus cualidades personales más notables:
* Pienso en el joven Papa que había sido definido el «atleta de Dios», que hacía deporte e iba a todas partes; pues bien, al final sus piernas no le sostenían y debió utilizar una silla de ruedas.
* Pienso en el Papa del que se decía que era un « actor » a causa de su capacidad de expresión; pues bien, la enfermedad del Parkinson acabó haciendo su rostro rígido e inexpresivo.
* Pienso en su palabra de políglota, fuerte y muy comunicativa; pues bien, acabó perdiendo la voz y, tras la traqueotomía, no consiguió hablar en sus dos últimas apariciones públicas.
Y ¿qué quedó en él cuando perdió su juventud atlética, su capacidad de expresión y su palabra? El testigo fiel (Ap. 1,5), que predicó en silencio con su manera de vivir la vida y la muerte. Parecía decir, como Job: «El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó: bendito sea el nombre del Señor» (Job 1, 21).
En el momento de su elección como Papa, el mundo descubrió que su lema era: «Totus tuus» (todo tuyo, María). Habló de la entrega de su vida, como cuando en el XXV aniversario de su pontificado dijo: «Te renuevo, en las manos de María, Madre amada, el don de mí mismo, del presente y del futuro: que todo se cumpla según tu voluntad» (Homilía, 16 octubre 2003). Pero fue su vida la que expresó más vivamente esta donación, esta entrega, y la que hizo comprender la coherencia que había siempre entre sus palabras y los hechos de su vida.
Juan Pablo II quiso visitar Panamá en uno de sus primeros viajes a América Latina. En estos días he querido releer atentamente lo que él les dijo durante esa visita. Me impresionó el afecto particular que el Papa manifestó a Panamá. Y me he preguntado qué diría hoy el Beato Juan Pablo II a este pueblo panameño.
Creo que Panamá tiene hoy mayor necesidad que entonces de que desde el cielo él vuelva a hablarles de la belleza del matrimonio, de ese “proyecto originario del Creador confiado a la frágil libertad humana”, de esa “historia de amor mutuo, camino de madurez humana y cristiana”, en la cual “sólo en el progresivo revelarse de las personas se puede consolidar una relación de amor que envuelve la totalidad de la vida de los esposos”.
Juan Pablo II les volvería a proponer el ideal de la fidelidad, que “forma y madura a los esposos”, porque “incluso cuando aumentan las dificultades, la solución no es la huida, la ruptura del matrimonio, sino la perseverancia” en el amor. El invitaría padres e hijos a superar los conflictos generacionales a través del amor verdadero. Les volvería a hablar de la oración en familia. Creo que Juan Pablo II invitaría a tantas parejas que viven uniones libres a llevar su amor para que sea bendecido en el altar. Y, como hizo tantas veces en su vida, les recordaría que nadie tiene el derecho de matar a un inocente, como ocurre cuando una madre interrumpe la vida de su hijo con el crimen del aborto.
Juan Pablo II hablaba apasionadamente de la vocación del cristiano, que cree en la vida y en el amor y por ello “dice sí al amor indisoluble del matrimonio; sí a la vida responsablemente suscitada en el matrimonio legítimo; sí a la protección de la vida; sí a la estabilidad de la familia; sí a la convivencia legítima que fomenta la comunión y favorece la educación equilibrada de los hijos, al amparo de un amor paterno y materno que se complementan y se realizan en la formación de hombres nuevos”.
En Panamá, Juan Pablo II habló a los campesinos diciéndoles: “No vengo con soluciones técnicas o materiales que no están en manos de la Iglesia. Traigo la cercanía, la simpatía, la voz de esa Iglesia que es solidaria con la justa y noble causa de vuestra dignidad humana y de hijos de Dios”. También hoy desde el cielo volvería a invitar a todos los componentes de esta sociedad a hacer un esfuerzo conjunto para conseguir que el desarrollo en el país sea integral, sin dejarse arrastrar por la tentación de la violencia o de imponer soluciones por la fuerza. El les invitaría a buscar, en el diálogo que escucha al otro y acoge sus razones, las soluciones a tensiones y conflictos que ahondan los odios y crean crisis sociales.
El Beato Papa Juan Pablo II, que vino “para todos” los panameños y llamó a cada persona, familia y grupo humano o étnico a “ser siempre testigos del amor de Cristo”, recordó al despedirse de Panamá: “ En la sede de vuestra más alta institución nacional sé que se hallan cinco estatuas de bronce que representan las cualidades que han de acompañar a todo hijo de esta tierra: el trabajo, la constancia, el deber, la justicia y la ley. Que esos valores básicos de la persona y de la sociedad se vean incrementados por la
riqueza espiritual, y sobre todo por una fe cristiana que inspire toda vuestra convivencia y la conduzca hacia metas cada vez más altas”.
Juan Pablo II hoy continúa enseñándonos que Dios nos ama, que cada ser humano ha sido creado por amor a imagen y semejanza de Dios y tiene una gran dignidad, que Dios no nos ha creado como fotocopias y nos ha dado capacidad de pensar. Por ello somos diferentes y tenemos ideas distintas. Pero la diversidad es buena y nos enriquece, a condición de que la vivamos en el respeto y en el amor de aquel que es diferente y que no piensa como yo. Un jardín es más hermoso si está compuesto por flores diversas, pero si hay un sólo tipo de flor… acaba siendo feo y aburrido.
Ahora bien, si falta el amor y entra el odio, y quien piensa de manera diferente es percibido como enemigo, se llega a situaciones que acaban siendo graves, porque hacen daño a la convivencia y al tejido social.
Estoy seguro de que Juan Pablo II pide a Dios para los panameños hoy la capacidad de dialogar y de colaborar, más allá de toda diferencia étnica, social o política. Es el proyecto de Dios sobre el país! La construcción de un Panamá como Dios lo quiere necesita de la contribución de todos y de cada uno de los ciudadanos. Este país tiene potencialidades enormes, pero también son enormes las diferencias entre quienes tienen muy poco y quienes viven de manera cómoda. El nuevo Beato nos invitaría a que cada uno se pregunte: ¿Qué puedo hacer para mejorar la suerte de mi país, de mis conciudadanos más necesitados? Y todos podemos hacer algo.
Este país necesita que su población, que es buena y tiene sed de justicia, sea escuchada porque no le falta sabiduría y buena voluntad, pero cada uno debe poner lo mejor de sí mismo al servicio del bien común.
Creo que si Juan Pablo II les hablara hoy en mi lugar les diría que la clave para afrontar la vida en común entre personas de proveniencias y etnias distintas, así como de clases sociales diferentes está en el amor, en el mandamiento nuevo que el Señor Jesús nos enseñó: “Ámense los unos a los otros como yo les amé”. Porque sólo el amor al prójimo puede transformar la sociedad y llevarla a superar los egoísmos personales y de grupo que complican la vida de todos.
Hoy damos gracias a Dios por la beatificación de este gran cristiano, de este gran pastor que fue Juan Pablo II. Hoy celebramos lo que en el fondo ya sabíamos: que había vivido una vida santa, de entrega de sí mismo a Dios y a los demás, en una vida sacrificada, donada en el olvido de sí mismo. El Papa Benedicto XVI dispensó del requisito de esperar 5 años para ver si existe fama de santidad porque era evidente que ésta era muy fuerte. La Iglesia no hace a nadie “Beato” o “Santo”, sino que reconoce que su vida fue según Dios.
Pero no podemos quedarnos en celebrar su beatificación o en decir: “Yo le vi”. En más de una ocasión fui testigo de que a Juan Pablo II no le gustaba ser aclamado como una estrella mediática que las personas quieren sólo fotografiar. Para él era importante que su mensaje fuese escuchado, porque no se anunciaba a sí mismo, sino que trataba de llevar a las personas a un encuentro con Jesucristo, el Señor, el Único que salva.
En su testamento, Juan Pablo II dejó escrito: “todos debemos tener presente la perspectiva de la muerte. Y debemos estar dispuestos a presentarnos ante el Señor y Juez, y simultáneamente Redentor y Padre”. Nos hace bien recordar que todos deberemos rendir cuentas a Dios de nuestras acciones. Se puede tratar de vivir en la mentira y de engañar a los hombres, pero a Dios no se le puede engañar, porque Él conoce la verdad de nuestros corazones.
Hace 6 años, cuando el Papa Juan Pablo II terminó su peregrinación terrena nos entristeció la pérdida de un Padre, reconocido como un “leader” espiritual incluso por otras confesiones religiosas. Pero sobre la tristeza debe prevalecer el pensar en su alegría por el encuentro cara a cara con el Señor a quien él había consagrado su vida y que le habría dicho: “Ven, bendito de mi Padre, entra en la alegría de tu Señor”. Entonces perdimos a un padre en la tierra, pero encontramos un intercesor en el cielo.
Y ése es el mensaje que nos deja su beatificación: Por una parte, Juan Pablo II es un modelo para nosotros porque su vida nos enseña a vivir la nuestra en transparencia delante de Dios, en la verdad, en la entrega, en el tratar de vivir como Dios nos invita a vivir, en el amor a Dios y el servicio a los hermanos. Por otra, el reconocerlo entre los bienaventurados, Beato
Juan Pablo II, nos ayuda a confiar en su intercesión. Quien nos amó en la tierra continuará intercediendo por nosotros ante al Señor.
Y bienaventurados seremos todos nosotros si aprendemos de esta gran figura a vivir en el amor al prójimo, a buscar nuestra felicidad en el don total de nosotros mismos. Bienaventurados si confiamos en la misericordia de Dios, que es mayor que nuestros pecados y siempre nos llama a conversión y purificación, y si vivimos siendo misericordiosos con los demás. Encontraremos la alegría, esa alegría que había en el corazón de Juan Pablo II hasta el final, incluso en medio de no pocos sufrimientos. Hoy el Beato Juan Pablo II nos dice, como el Señor Jesús: “Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría llegue a plenitud” (Jn 15, 11).
Gracias por su atención. Y que Dios les bendiga! Amén!
Mons. Andrés Carrascosa Coso
Nuncio Apostólico
EN LA CELEBRACION DE ACCIÓN DE GRACIAS POR LA
BEATIFICACIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II
Hace seis años, tras las primeras vísperas del Segundo Domingo de Pascua, del Domingo de la Divina Misericordia, fiesta que él había instituido para la Iglesia Universal, el Dios Todopoderoso, el Señor de la Vida, llamó a Su Santidad el Papa Juan Pablo II a la vida verdadera, a la vida eterna.
Todos recordamos dónde estábamos cuando nos llegó la noticia, porque nos impactó fuertemente. Y nos reunimos entonces, en la fe y en la oración, como lo hacemos hoy, para recordar con amor y agradecimiento a esta figura excepcional, que marcó no solamente una generación entera sino también los destinos del mundo. Juan Pablo II ha sido considerado la persona que marcó más profundamente el siglo XX.
El 16 de octubre de 1978, tan lejano ya en la memoria, el Cardenal Arzobispo de Cracovia, Karol Wojtila, fue elegido como Sucesor del Apóstol San Pedro en la sede de Roma. Tras la sorpresa inicial –yo recuerdo que los periodistas no conseguían pronunciar bien su apellido- el mundo aprendió rápidamente a amar a aquel hombre por el cual se sentía comprendido y amado. El domingo siguiente, 22 de octubre, durante la ceremonia de inauguración solemne de su Pontificado, el nuevo Papa gritó: “¡No tengan miedo! ¡Abran las puertas a Jesucristo!”. Yo, joven seminarista, estaba en la Plaza de San Pedro participando en la celebración. Y esas palabras quedaron grabadas en el corazón. ¡No tengan miedo!”
La historia hablará de él como de uno de los Pontífices más importantes de todos los tiempos a causa de su incidencia en la vida de la Iglesia y en los acontecimientos del mundo en el que vivió. Hay quien le ha llamado Juan Pablo II “el Grande”, como se ha hecho para otros Papas en la historia (San León Magno o San Gregorio Magno).
Dios me concedió la gracia enorme de vivir y trabajar cerca de él en el Vaticano durante 7 años. Lo que más me impresionó de él fue que, junto con una humanidad muy rica y una normalidad desarmante, se le veía vivir con Dios, vivir en Dios, “enraizado en Dios”. Cuando uno entraba en su capilla o le acompañaba en un momento de oración en medio de cientos de miles de personas, le veía “sumergido en Dios”. Y era de esa experiencia espiritual, de su oración, de su relación viva con Cristo vivo, de donde nacían sus energías para llevar al mundo el evangelio y para estar tan próximo a la humanidad en medio de sus luchas y sufrimientos.
Juan Pablo II recorrió el mundo entero para predicar el Evangelio de Jesucristo, en la gran tradición de la Iglesia. Panamá nunca olvidará que el 5 de marzo de 1983 Juan Pablo II besó esta tierra istmeña, oró y enseñó como Pastor. Pero a su doctrina tan rica de contenidos, que hallaba su inspiración en el Concilio Vaticano II, él unió siempre la predicación de su propia vida, que hablaba más fuerte que sus palabras. Incluso antes de su elección como Sucesor de San Pedro, él fue un ejemplo de dignidad que supera los horrores del nazismo y de la persecución comunista sobre la Iglesia en Polonia. Más tarde, vivió en sus carnes el dolor de un atentado contra su vida, la alegría del perdón hacia quien intentó asesinarle, la fatiga de su peregrinación incesante por el mundo y la decadencia impuesta por la enfermedad que le llevó a la muerte, a la cual el mundo entero asistió “en directo”, porque no quiso ocultarla.
Apóstol del diálogo y del respeto entre civilizaciones y entre religiones, ha sido el primer Papa que entró en una mezquita -como hizo en Damasco- o que habló a una gran multitud de jóvenes musulmanes, como en Casablanca por invitación del rey de Marruecos Hassan II. Ha sido el primer Papa que entró en una sinagoga para orar con los hermanos judíos. En muchas ocasiones compartió su oración con los cristianos de diferentes confesiones, evangélicos, anglicanos u ortodoxos.
Juan Pablo II ha sido probablemente la personalidad mundial que ha encontrado el mayor número de Jefes de Estado y de Gobierno durante sus 26 años y medio de Pontificado, dándoles siempre el fruto de su sabiduría. Pero al mismo tiempo Juan Pablo II era el hombre que hacía parar el carro en las carreteras de Africa para encontrar a una familia en su propia cabaña.
Predicó la paz, y no sólo con palabras. Recuerdo que, mientras se preparaba la guerra entre Argentina y Gran Bretaña a causa de las islas Malvinas y cuando en los dos países se hablaba sólo de “victoria”, él viajó por sorpresa a Londres y a Buenos Aires para hablar de “paz”, lo cual impactó a la población. Y al comienzo del año 2003, envió al Cardenal Etchegaray a Bagdad y al Cardenal Laghi a Washington para tratar de evitar la guerra en Iraq. Por desgracia, la voz de Juan Pablo II que llamaba a la paz no siempre fue escuchada pero cada día un mayor número de personas comprenden la sabiduría que había en sus posiciones así como la inutilidad de los inmensos sufrimientos que la población vivió más tarde.
La profundidad de su vida de hombre y de creyente le llevó a realizar gestos verdaderos y significativos para el mundo, como cuando besaba el suelo de cada país que visitaba. Durante su visita a Tierra Santa habló con equilibrio, lleno de amor pero en la verdad, tanto a israelíes como a palestinos, los cuales, todos, apreciaron sus intervenciones.
El Beato Papa Juan Pablo II vivió momentos de entusiasmo y de alegría, como los de la entrada de Cristo en Jerusalén el domingo de Ramos (calles, plazas y estadios llenos de gente que aclamaba su nombre – y puedo imaginar la reacción de los panameños aquel 5 de marzo de 1983-), pero también conoció en su carne los sufrimientos de la Via Dolorosa, del Via Crucis. Dios permitió que viviera una gran purificación.
Es impresionante constatar que el Señor no quiso evitarle la cruz de la prueba, en particular en los aspectos que el mundo entero había reconocido como sus cualidades personales más notables:
* Pienso en el joven Papa que había sido definido el «atleta de Dios», que hacía deporte e iba a todas partes; pues bien, al final sus piernas no le sostenían y debió utilizar una silla de ruedas.
* Pienso en el Papa del que se decía que era un « actor » a causa de su capacidad de expresión; pues bien, la enfermedad del Parkinson acabó haciendo su rostro rígido e inexpresivo.
* Pienso en su palabra de políglota, fuerte y muy comunicativa; pues bien, acabó perdiendo la voz y, tras la traqueotomía, no consiguió hablar en sus dos últimas apariciones públicas.
Y ¿qué quedó en él cuando perdió su juventud atlética, su capacidad de expresión y su palabra? El testigo fiel (Ap. 1,5), que predicó en silencio con su manera de vivir la vida y la muerte. Parecía decir, como Job: «El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó: bendito sea el nombre del Señor» (Job 1, 21).
En el momento de su elección como Papa, el mundo descubrió que su lema era: «Totus tuus» (todo tuyo, María). Habló de la entrega de su vida, como cuando en el XXV aniversario de su pontificado dijo: «Te renuevo, en las manos de María, Madre amada, el don de mí mismo, del presente y del futuro: que todo se cumpla según tu voluntad» (Homilía, 16 octubre 2003). Pero fue su vida la que expresó más vivamente esta donación, esta entrega, y la que hizo comprender la coherencia que había siempre entre sus palabras y los hechos de su vida.
Juan Pablo II quiso visitar Panamá en uno de sus primeros viajes a América Latina. En estos días he querido releer atentamente lo que él les dijo durante esa visita. Me impresionó el afecto particular que el Papa manifestó a Panamá. Y me he preguntado qué diría hoy el Beato Juan Pablo II a este pueblo panameño.
Creo que Panamá tiene hoy mayor necesidad que entonces de que desde el cielo él vuelva a hablarles de la belleza del matrimonio, de ese “proyecto originario del Creador confiado a la frágil libertad humana”, de esa “historia de amor mutuo, camino de madurez humana y cristiana”, en la cual “sólo en el progresivo revelarse de las personas se puede consolidar una relación de amor que envuelve la totalidad de la vida de los esposos”.
Juan Pablo II les volvería a proponer el ideal de la fidelidad, que “forma y madura a los esposos”, porque “incluso cuando aumentan las dificultades, la solución no es la huida, la ruptura del matrimonio, sino la perseverancia” en el amor. El invitaría padres e hijos a superar los conflictos generacionales a través del amor verdadero. Les volvería a hablar de la oración en familia. Creo que Juan Pablo II invitaría a tantas parejas que viven uniones libres a llevar su amor para que sea bendecido en el altar. Y, como hizo tantas veces en su vida, les recordaría que nadie tiene el derecho de matar a un inocente, como ocurre cuando una madre interrumpe la vida de su hijo con el crimen del aborto.
Juan Pablo II hablaba apasionadamente de la vocación del cristiano, que cree en la vida y en el amor y por ello “dice sí al amor indisoluble del matrimonio; sí a la vida responsablemente suscitada en el matrimonio legítimo; sí a la protección de la vida; sí a la estabilidad de la familia; sí a la convivencia legítima que fomenta la comunión y favorece la educación equilibrada de los hijos, al amparo de un amor paterno y materno que se complementan y se realizan en la formación de hombres nuevos”.
En Panamá, Juan Pablo II habló a los campesinos diciéndoles: “No vengo con soluciones técnicas o materiales que no están en manos de la Iglesia. Traigo la cercanía, la simpatía, la voz de esa Iglesia que es solidaria con la justa y noble causa de vuestra dignidad humana y de hijos de Dios”. También hoy desde el cielo volvería a invitar a todos los componentes de esta sociedad a hacer un esfuerzo conjunto para conseguir que el desarrollo en el país sea integral, sin dejarse arrastrar por la tentación de la violencia o de imponer soluciones por la fuerza. El les invitaría a buscar, en el diálogo que escucha al otro y acoge sus razones, las soluciones a tensiones y conflictos que ahondan los odios y crean crisis sociales.
El Beato Papa Juan Pablo II, que vino “para todos” los panameños y llamó a cada persona, familia y grupo humano o étnico a “ser siempre testigos del amor de Cristo”, recordó al despedirse de Panamá: “ En la sede de vuestra más alta institución nacional sé que se hallan cinco estatuas de bronce que representan las cualidades que han de acompañar a todo hijo de esta tierra: el trabajo, la constancia, el deber, la justicia y la ley. Que esos valores básicos de la persona y de la sociedad se vean incrementados por la
riqueza espiritual, y sobre todo por una fe cristiana que inspire toda vuestra convivencia y la conduzca hacia metas cada vez más altas”.
Juan Pablo II hoy continúa enseñándonos que Dios nos ama, que cada ser humano ha sido creado por amor a imagen y semejanza de Dios y tiene una gran dignidad, que Dios no nos ha creado como fotocopias y nos ha dado capacidad de pensar. Por ello somos diferentes y tenemos ideas distintas. Pero la diversidad es buena y nos enriquece, a condición de que la vivamos en el respeto y en el amor de aquel que es diferente y que no piensa como yo. Un jardín es más hermoso si está compuesto por flores diversas, pero si hay un sólo tipo de flor… acaba siendo feo y aburrido.
Ahora bien, si falta el amor y entra el odio, y quien piensa de manera diferente es percibido como enemigo, se llega a situaciones que acaban siendo graves, porque hacen daño a la convivencia y al tejido social.
Estoy seguro de que Juan Pablo II pide a Dios para los panameños hoy la capacidad de dialogar y de colaborar, más allá de toda diferencia étnica, social o política. Es el proyecto de Dios sobre el país! La construcción de un Panamá como Dios lo quiere necesita de la contribución de todos y de cada uno de los ciudadanos. Este país tiene potencialidades enormes, pero también son enormes las diferencias entre quienes tienen muy poco y quienes viven de manera cómoda. El nuevo Beato nos invitaría a que cada uno se pregunte: ¿Qué puedo hacer para mejorar la suerte de mi país, de mis conciudadanos más necesitados? Y todos podemos hacer algo.
Este país necesita que su población, que es buena y tiene sed de justicia, sea escuchada porque no le falta sabiduría y buena voluntad, pero cada uno debe poner lo mejor de sí mismo al servicio del bien común.
Creo que si Juan Pablo II les hablara hoy en mi lugar les diría que la clave para afrontar la vida en común entre personas de proveniencias y etnias distintas, así como de clases sociales diferentes está en el amor, en el mandamiento nuevo que el Señor Jesús nos enseñó: “Ámense los unos a los otros como yo les amé”. Porque sólo el amor al prójimo puede transformar la sociedad y llevarla a superar los egoísmos personales y de grupo que complican la vida de todos.
Hoy damos gracias a Dios por la beatificación de este gran cristiano, de este gran pastor que fue Juan Pablo II. Hoy celebramos lo que en el fondo ya sabíamos: que había vivido una vida santa, de entrega de sí mismo a Dios y a los demás, en una vida sacrificada, donada en el olvido de sí mismo. El Papa Benedicto XVI dispensó del requisito de esperar 5 años para ver si existe fama de santidad porque era evidente que ésta era muy fuerte. La Iglesia no hace a nadie “Beato” o “Santo”, sino que reconoce que su vida fue según Dios.
Pero no podemos quedarnos en celebrar su beatificación o en decir: “Yo le vi”. En más de una ocasión fui testigo de que a Juan Pablo II no le gustaba ser aclamado como una estrella mediática que las personas quieren sólo fotografiar. Para él era importante que su mensaje fuese escuchado, porque no se anunciaba a sí mismo, sino que trataba de llevar a las personas a un encuentro con Jesucristo, el Señor, el Único que salva.
En su testamento, Juan Pablo II dejó escrito: “todos debemos tener presente la perspectiva de la muerte. Y debemos estar dispuestos a presentarnos ante el Señor y Juez, y simultáneamente Redentor y Padre”. Nos hace bien recordar que todos deberemos rendir cuentas a Dios de nuestras acciones. Se puede tratar de vivir en la mentira y de engañar a los hombres, pero a Dios no se le puede engañar, porque Él conoce la verdad de nuestros corazones.
Hace 6 años, cuando el Papa Juan Pablo II terminó su peregrinación terrena nos entristeció la pérdida de un Padre, reconocido como un “leader” espiritual incluso por otras confesiones religiosas. Pero sobre la tristeza debe prevalecer el pensar en su alegría por el encuentro cara a cara con el Señor a quien él había consagrado su vida y que le habría dicho: “Ven, bendito de mi Padre, entra en la alegría de tu Señor”. Entonces perdimos a un padre en la tierra, pero encontramos un intercesor en el cielo.
Y ése es el mensaje que nos deja su beatificación: Por una parte, Juan Pablo II es un modelo para nosotros porque su vida nos enseña a vivir la nuestra en transparencia delante de Dios, en la verdad, en la entrega, en el tratar de vivir como Dios nos invita a vivir, en el amor a Dios y el servicio a los hermanos. Por otra, el reconocerlo entre los bienaventurados, Beato
Juan Pablo II, nos ayuda a confiar en su intercesión. Quien nos amó en la tierra continuará intercediendo por nosotros ante al Señor.
Y bienaventurados seremos todos nosotros si aprendemos de esta gran figura a vivir en el amor al prójimo, a buscar nuestra felicidad en el don total de nosotros mismos. Bienaventurados si confiamos en la misericordia de Dios, que es mayor que nuestros pecados y siempre nos llama a conversión y purificación, y si vivimos siendo misericordiosos con los demás. Encontraremos la alegría, esa alegría que había en el corazón de Juan Pablo II hasta el final, incluso en medio de no pocos sufrimientos. Hoy el Beato Juan Pablo II nos dice, como el Señor Jesús: “Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría llegue a plenitud” (Jn 15, 11).
Gracias por su atención. Y que Dios les bendiga! Amén!
Mons. Andrés Carrascosa Coso
Nuncio Apostólico
miércoles, 2 de marzo de 2011
Una historia para meditar...
Una mañana Leonardo recibió una llamada de su ex-novia, en la cual le decía:
Yo también sentí lo mismo que tu anoche, te espero dentro de una hora en el parque, junto al pequeño muelle del lago. Leonardo puso el teléfono en su lugar y su impresión fue un poco aterradora, ya que un día antes había soñado a su ex novia, con la cual había quedado en malos términos y por rencores y orgullos ambos perdieron la comunicación de pareja y amistad.
Leonardo tomó una ducha, se arregló y muy pensativo pensó en decirles a sus amigos que le habían llamado, pero prefirió dejarlo en privacidad, total, era el momento que ambos volvieran a cruzar palabras, el orgullo no debe ser eterno, ni mucho menos un castigo en juicio. Leonardo se dirigió al parque, se acerco al pequeño muelle y se sentó, observando y pensando que iba a pasar, que le diría su ex novia, ¿ de que iban a hablar?.
Miraba a la gente pasar y entre esa gente la alcanzó a observar, que se acercaba a el de forma misteriosa, pero lo más extraño es que ella vestía totalmente diferente ! No llevaba sus ropas frecuentes, al contrario, llevaba un vestido blanco y unos zapatos impecablemente limpios del mismo color, y su rostro lucía tan hermoso, era como si destellara rayos de luz, el intentó decirle hola pero ella le dijo; caminemos...
He sabido que has estado triste y que has tenido muchos problemas, ¿ no es así Leonardo ?.
Te he soñado llorando, te he escuchado gritar afuera de mi casa y no me acercaba a ti, debido a las circunstancias, yo sé que tu no querías saber nada de mi y no te culpo, te lastimé demasiado y logré alejarte de mí, no vengo a discutir, no vengo a pedirte perdón, solo he venido a decirte que aunque las cosas no se arreglaron en su momento debido, creo yo que nunca es tarde, esperé a que tú me llamaras, para poder platicar pero eso no sucedió, el esperarte, el pensar en tí, borró mi apetito, se robó mis días de sol y me fué tumbando poco a poco, sin embargo guardé fe, y dije el llamará, más no lo hiciste, no te culpo pero si te comprendo, sé lo que sentiste anoche, sé lo que te paso, yo también lo sentía en ese momento, pero con mucho mas dolor, grité tu nombre mil veces y grité mil veces perdón, que lástima que no me hayas escuchado, que lástima que no me hayas llamado, Leonardo, nunca es tarde para perdonar y si te pedí que vinieras al parque fue para entregarte esto.
Ella le entregó en sus manos una cruz, la cual era símbolo del amor de los dos.
Esta cruz es mi cuerpo, esta cruz es quien soy, te amo y quiero que la conserves contigo por el resto de tu vida, el se quedó sin palabras y con los ojos un tanto llorosos. La gente lo empezaba a ver a él y lo señalaban... Incluso un señor le preguntó que si se encontraba bien, y respondió; si por qué ?, lo veo caminar y lo veo llorar, le sucede algo... no me sucede nada, simplemente estoy conversando con ella, el señor se retiró algo extrañado del lugar.
Leonardo acompañó hasta su casa a su ex novia, le pidió que por favor la esperara afuera y el accedió, de hecho nunca lo hacia esperar en el patio, se quedó 10 minutos esperando y se preocupó al saber que no regresaba, de repente escuchó voces y vio salir de la puerta de su casa a los amigos de ella, todos con cara triste y ojos llorosos, lo abrazaron y le dijeron, se nos fué, Leonardo, se nos fué, Leonardo empezó a sentir su cuerpo tembloroso y corrió hacia la recámara, en ella se encontraba la mamá de su ex novia, junto con el cadáver, el cual reflejaba una tristeza inmensa. Leonardo con llanto y un nudo en la garganta le pregunto a la señora, ¿ que sucedió ? ¿ dígame que sucedió ?, dice el doctor que murió de tristeza, ella dejó de comer, dejó de reír, no sabemos si el desamor la alejó de todo, no sabemos si el sentimiento de culpa la hizo infeliz, la mamá le entregó una carta a Leonardo y decía así:
Yo también sentí lo mismo que tu, el aire empieza a faltarme, Intento gritarle a mamá y no puedo, luces blancas iluminan mi recamara y a la vez siento un fuerte dolor de cabeza, Leonardo, gracias por haber ido al lago, gracias por estar aquí. Aunque en vida no me pudiste perdonar, sé que ahora lo harás frente a mi.
Leonardo miró el cadáver y solo dijo: perdóname tú a mí.
"En el amor, en la amistad, en la familia, no tiene porque cegarnos el rencor, no tiene porque matarnos la Ira, todos somos seres humanos y lastimamos de igual manera. Aprende a perdonar a cada una de esas personas que te lastimaron y tú también aprende a pedir perdón, no dejes que mañana sea demasiado tarde, no esperes a que te llegue una invitación, y no esperes a pedir perdón al cielo, al cuerpo en vuelo, mejor corre y abraza esa persona, mírense a los ojos y sientan lo bello que es vivir"
AUTOR: Autor Desconocid
BENDICIONES...
martes, 8 de febrero de 2011
Si supiera
Si supiera que hoy fuera la última vez que voy a ver dormir,
te abrazaría fuertemente y rezaría al Señor para poder ser guardián de tu alma.
Si supiera que ésta fuera la última vez que te vea salir por la puerta,
te daría un abrazo, un beso y te llamaría de nuevo para darte más.
Sí supiera que ésta fuera la última vez que voy a oír tu voz,
grabaría cada una de tus palabras para poder oírlas una y otra vez indefinitamente.
Sí supiera que estos son los últimos minutos que te veo diría
te quiero y no asumiría, totalmente, que ya lo sabes.
Siempre hay un mañana y la vida nos da otra oportunidad para hacer
las cosas bien, pero por si me equivoco y hoy es todo lo que nos queda,
me gustaría decirte cuanto te quiero y que nunca te olvidaré.
El mañana no le está asegurado a nadie, joven o viejo. Hoy puede ser la última vez que veas a los que amas.
Por eso no esperes más, hazlo hoy, ya que si el mañana nunca llega,
seguramente lamentarás el día que no tomaste tiempo para una sonrisa,
abrazo, un beso y que estuviste muy ocupado para concederle a alguien un último deseo.
Mantén a los que amas cerca de tí, diles al oído lo mucho que los necesitas,
Quierelos y tratálos bien, toma tiempo para decirles " Lo siento", " perdóname", " por favor" " gracias" y todas las palabras de amor que conoces.
" Nadie te recordará por tus pensamientos secretos". Pide al Señor la fuerza y sabiduría para expresarlos.
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